lunes, 9 de agosto de 2010

SOBRE UNA BORGEANA APROXIMACION A BORGES

Mi primera lectura de Borges fue en 1976, iba a hacer un pequeño trabajo geológico en una también pequeña mina de carbón cerca de Lautaro en Temuco. El dueño de aquella mina, un condiscípulo en la escuela de Geología, Raúl Jara, me llevo esa tarde el pasaje para el tren nocturno a Temuco, andaba trayendo un pequeño libro en sus manos, cuando me pasó el boleto y mientras me daba las últimas instrucciones miro el librito y me lo paso diciendo

-Toma, ya lo leí, llévalo para el viaje.

Ese es el viaje que acabo de terminar. El libro era "Historia Universal de la Infamia" de un tal Jorge Luis Borges, mi primer libro de Borges. Coincidentalmente también el primer libro de cuentos que escribió, en 1935.

Reconozco no sin cierta vergüenza que lo leí, seguramente en el viaje, y no me llamo mayormente la atención. No conocía al autor. Aunque ahora que lo pienso, creo que alguna vez había escuchado de él a Luis Enrique Borda, amigo de adolescencia y vecino del barrio de La Cisterna.

El texto quedo guardado entre mis otros libros de mi incipiente biblioteca. Cuando me fui a Antofagasta se fue conmigo en alguna de las dos cajas de libros que lleve a ese desierto. Se que en 1980 se salvo de una inundación casera en la que perdí varios libros arruinados por el agua de una llave abierta.

Se también que por ese mismo año lo preste a un compadre, Manuel Duran. Este hecho muestra que hasta ese día no era para mí un libro importante. Soy, como mi padre, un bibliómano, y no presto mis libros porque existe siempre el riesgo de perderlos. Si presté ese Borges fue porque no me importaba perderlo. Aun conservo el ejemplar con su tapa horriblemente ajada.

Por el verano del año 1981 otro amigo, Hernán Correa, cuando se fue de vacaciones al sur me encargo el cuidado de su casa. Yo debía ir en las tardes a dar una vuelta y prender las luces un rato. Poseía una extensa biblioteca, y me autorizo para sacar cualquier libro que me interesara. Revisando los volúmenes encontré "Obra Poética (1924 -1964)" de Jorge Luis Borges, no recuerdo que lo haya asociado con el ejemplar de "Historia Universal de la Infamia". Debió interesarme porque por ese tiempo yo escribía mucha poesía. Era una edición barata, con las hojas de los cuadernillos aun sin cortar, me estaba esperando. Lo llevé para mi casa donde aun permanece, esto indica que en realidad lo robé. Al leer sus poemas llenos de nostalgias, atardeceres, arrabales y aljibes me vino a la memoria un cuento corto, Reencuentro, que me había impresionado cuando lo leí a mediados de los sesenta. Recordé que estaba firmado por unas iniciales, al igual que el prologo del libro de poesías. Con la obsesión por reencontrar ese cuento en su extensa obra, comencé a leer Borges.

Leí ese cuento en una revista femenina a mediados de los sesenta. Eran los largos veranos de mi adolescencia, llenos de tedio. A la sombra del parrón leía los libros de mi padre, novelas policiales, biografías, historia contemporánea. En un cuarto en el patio se arrumbaban las revistas antiguas, Rosita, Eva, las Selecciones de Reader's Digest, de vez en cuando, para distraerme, sacaba alguna al azar y la hojeaba, leyendo algún articulo que me llamara la atención.

El cuento era sencillo, alguien llega después de muchos años, de vuelta a la casa de la infancia, la va recorriendo y al hacerlo va recordando aquellos detalles que la memoria guarda incluso sin nuestro consentimiento; el tacto del pomo de la puerta de entrada, el ruido de los oxidados goznes, el crujido de aquel peldaño, el inconfundible perfume del dormitorio de la madre, etc., recorre el patio, la añosa arboleda, el estanque, ahora seco, ve como la hierba ha ido cubriendo los intersticios entre las baldosas. Finalmente llega al fondo del gran patio y allí se detiene frente al túmulo de una tumba, la suya, donde penetra para descansar del largo viaje.

Recuerdo que recorté la cinco o seis hojas del cuento, era una revista Eva, de impresión café, el cuento venia acompañado con varias fotografías, también en tono café, que representaban imágenes del texto, el estanque, una arboleda, un dormitorio antiguo y así varias otras.

Cuando leí los poemas de Borges reconocí el mismo lenguaje, el tono intimo y nostálgico de la prosa bien elaborada, los detalles precisos, era el mismo autor. Inicié de inmediato la búsqueda de aquellas hojas, busque en vano entre mis archivos de poemas y papeles, entre las hojas de los libros, en las cajas con recuerdos u objetos antiguos. Fue en vano, no aparecieron. Vino entonces la obsesión, mi memoria guardaba detalles, los que fui escribiendo, pedí a mis hermanas que buscaran en las cajas de poemas que les había dejado a cada una cuando me casé, no estaban, que buscaran en los cajones de la casa por si habían algunos papeles míos traspapelados, nada. Recordé haberle llevado las hojas a una persona amiga para que leyera el cuento, pero estaba seguro de haberlas llevado de vuelta a mi casa, la contacté después de engorrosas averiguaciones, lo recordaba pero no las tenia, también me aseguró que yo las había llevado de vuelta. Pensé en ir a la Biblioteca Nacional, pero aunque estaba muy seguro del nombre de la revista no podía precisar su fecha, así la búsqueda seria una odisea casi imposible. Pensé en poner un aviso en un diario para comprar las revistas y si el azar me ayudaba… desistí de esta opción en algún momento de racionalidad… La obsesión me llevo a reescribir el cuento, busque en la memoria los mas mínimos detalles, ciertas frases o imágenes, el tono nostálgico, hice el esfuerzo máximo de recordar lo leído hacia veinte años. Lo titulé REENCUENTRO.

Con el tiempo la obsesión se diluyó, acepté dura la realidad de que no lo volvería a leer. Pasaron unos cuatro o cinco años. Yo solía ir a las ferias de las pulgas que se instalaban los domingos en Antofagasta. Iba a comprar monedas antiguas o extranjeras, a veces libros usados. Por el año 1985 o 1986, fui con mi hijo a una de ellas, quedaba lejos y no era habitual que la visitara. Después de recorrer el sector principal, donde compre algunas monedas chilenas antiguas, volvíamos al automóvil cruzando en diagonal una extensión de terreno seco y desierto, posiblemente un abortado proyecto de plaza, en ese lugar se instalaban algunos puestos clandestinos para vender baratijas demasiado usadas, los vendedores que allí estaban eran muy pobres, no podían pagar un puesto en el interior de la feria principal, y en cajones viejos o simplemente en una raída toalla exhibían sus trastos casi destrozados e inútiles para la venta. Yo ni siquiera miraba esas tristes mercaderías, zapatos usados, ropa de tercer o cuarto uso, fragmentos de juguetes, revistas y libros sin interés, etc.

Cuando estábamos en el medio del lugar vi una persona sentada al lado de una mesita en la que tenia dos o tres montones de unas veinte a veinticinco revistas usadas. Por inercia mas que esperanza me acerqué a mirarlas, eran revistas Eva antiguas…maquinalmente, pero repito, sin ninguna esperanza, acerqué mi mano al primer montón y hojee al azar, calculo que debo haber abierto la cuarta o quinta revista, y ahí estaban las imágenes en sepia del cuento que me había desesperado por todos esos años.

Creo que me temblaba la voz cuando haciéndome el indiferente pregunté el precio, la persona que hasta ese momento no me había mirado, levanto la vista y dijo una cifra irrisoria, hubiera pagado cien veces ese valor. Pensé en darle un poco mas, pero me atemorizó el que se diera cuenta de mi interés y que subiera el precio mas allá de la lógica. Compre varias revistas para diluir la importancia de la que me interesaba.

Mientras volvíamos a casa, iba pensando en la asombrosa coincidencia. Iba rara vez a esa feria, nunca compraba en ese sector paupérrimo, no sé porque me acerqué a esa mesa, sabia que siempre eran revistas sin interés, ni siquiera muy antiguas, y abrir la revista precisa y en la pagina exacta… porque estoy seguro que no hubiera insistido en buscar el cuento en todas esas revistas. De hecho, en otras ocasiones, y en otros lugares, había hojeado revistas Eva antiguas, pero sin tener referencias de fecha era imposible buscar. Por cierto, el cuento que me llevó a los laberintos borgeanos estaba firmado por las iniciales J.L.T., se titulaba RETORNO y hasta donde sé no era de Borges.

Decía que acabo de terminar aquel viaje, porque mi cuñado a través de sus contactos en Argentina me ha regalado el último libro de Borges que faltaba para completar la colección completa de sus obras, se trata de El Idioma de los Argentinos.

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