lunes, 21 de junio de 2010

EL LIBRO DE LA REVELACION

(Apocalipsis, Capitulo V, versículos 1 al 5)


Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Entonces vi con la luz del entendimiento y me acerqué a aquel libro escrito por dentro y por fuera, y rompí con mis uñas cada uno de los siete sellos, que se desgranaron en un polvo rojizo y al caer al suelo cada grano o fragmento dejo manchas como gotas de sangre seca sobre la arena. Y abrí el libro y vi que estaba manuscrito con signos que yo no conocía, la mayoría de ellos contaba de uno o dos trazos simples, pero al deslizar mi mirada por las líneas extrañamente si podía entender claramente lo que decían. Entendí que cada glifo era intraducible, pero cada pequeño conjunto de ellos, algo así como una palabra, tenía ya un sentido, a veces ambiguo o misterioso en si mismo, pero la frase total que los incluía me era perfectamente entendible. El texto era fluido, como si aquellos que lo escribieron lo hacían bajo un estado de iluminación o éxtasis. Y vi que el libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos, estaba constituido por siete capitulos escritos por siete divinidades distintas. Aunque cada uno de los autores del libro era anónimo, se podía distinguir por la grafología y contenido las peculiaridades de cada autor, así el libro primero parecía escrito por un viejo poeta ciego creador de un Universo propio donde nada era como parecía sino como solo él sabia que era. El segundo libro lo supuse escrito como un relato épico por un soldado madrileño gentilhombre de la corte y caballero de Santiago. El tercero claramente provenía de la pluma asombrosa de un sevillanito licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en Bioquímica Clínica, diagnosticado de Esquizofrenia paranoide y en tratamiento psiquiátrico. El cuarto era un escrito de un vagabundo que viste de mujer porque, dice, él es la única hembra hermafrodita sobre la tierra. Por eso escribe bajo dos nombres: Divino Anticristo y Mujer Niña Isabelísima Advanceinsteinbraun. Tiene una enfermedad mental endógena que se reagudiza en la calle, por lo que cada cierto tiempo se descompensa, se trata de una esquizofrenia con una sicosis delirante crónica. Según él no es un escritor, es el secretario de Diosísimo y solo escribe lo que Él le dicta. Dice que primero anduvo con un viejo que era arcángel y lo cuidaba, pero que ahora está solo. En el quinto libro se percibe la creación deslumbrante de un belga de nacimiento, argentino de alma que sufría de acromegalia, una enfermedad que, es fama, solo les da a los genios. El sexto, el menos importante fue obviamente garrapateado por un shileno nacido en pleno barrio del Matadero de animales y probablemente de profesión zahorí o rabdomante, y está afectado desde joven por un síndrome de angustia psicopática. Y por ultimo, el séptimo libro lo escribió un visionario costeño de Aracataca de imaginación prodigiosa, cronista incesante del verdadero descubrimiento de América. Y eso estaba escrito en el libro escrito por dentro y por fuera, ya no sellado con siete sellos.


LIBRO I.- En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.


LIBRO II.- Bien por ella cien pasos anduvimos, no sin algún temor de parte mía, cuando a una grande bóveda salimos do una perpetua luz en medio ardía; y cada banda en torno de ella vimos poyos puestos por orden, en que había multitud de redomas sobrescritos de ungüentos, hierbas y aguas infinitas. Vimos allí del lince preparados los penetrantes ojos virtuosos, en cierto tiempo y conjunción sacados, y los del basilisco ponzoñosos; sangre de hombres bermejos, enojados, espumajos de perros que, rabiosos, van huyendo del agua y el pellejo del pecoso chersidros cuando es viejo. También en otra parte parecía la coyuntura de la dura hiena, y el meollo del cencris, que se cría dentro de Libia en la caliente arena; y un pedazo de ala de una arpía, la hiel de la biforme anfisibena, y la cola del áspide revuelta, que da la muerte en dulce sueño envuelta. Moho de calavera destroncado del cuerpo que no alcanza sepultura, carne de niña por nacer sacada no por donde la llama la Natura; y la espina también descoyuntada de la sierpe cerastes, y la dura lengua de la emorrois, que aquel que hiere suda toda la sangre hasta que muere. Vello de cuantos monstruos prodigiosos la superflua Natura ha producido, escupidos de sierpes venenosos; las dos alas del jáculo temido y de la seps los dientes ponzoñosos, que el hombre o animal de ella mordido, de súbito hinchado como un odre, huesos y carne se convierte en podre. Estaba en un gran vaso transparente el corazón del grifo atravesado, y ceniza del fénix que en Oriente, se quema él mismo de vivir cansado; el unto de la scítala serpiente, y el pescado echineis, que en mar airado al curso de las naves contraviene y, a pesar de los vientos, las detiene. No faltaban cabezas de escorpiones y mortíferas sierpes enconadas, alacranes y colas de dragones y las piedras del águila preñadas; buches de los hambrientos tiburones, menstruo y leche de hembras azotadas, landres, pestes, venenos, cuantas cosas produce la Natura ponzoñosas.


LIBRO III.- Ellos, los demonios, están arriba. Pueden reptar por las paredes, equilibristas, arañas, salamandras, perfectos. Son horribles, feos hasta la nausea, por eso son demonios. Son de largos miembros y grandes cabezas sin rostros, y se mueven por la pared buscándonos. Nosotros somos sus presas. Y tenemos el miedo de las presas. Hemos bajado un puesto en la cadena alimenticia, ya no somos los reyes de la creación porque, como condenados, nos hayamos en la espiral. Y en la espiral, el vértigo desde arriba hacia a lo obscuro, en la espiral, hemos de bajar para escapar de ellos. Cada paso que damos, cada peldaño que descendemos, es una proeza física y mental. Esta lucha por pintar la pared que hacemos sin arneses es una culebra venenosa de dientes afilados, un eterno ofidio venenoso. Y bajamos, y de pronto, un puto demonio baja reptando por la pared, agarra a Rocío y se la lleva hacia arriba, para comérsela, para desollarla, supongo, y otro demonio, brutal como una carcajada de leproso, despeña a Carlos de un manotazo, para reírse, y su cuerpo, que era similar a una noche de verano, cae rebotando por las paredes en el infernal intestino de la bestia. Aquí estamos, atenazados por la altura, alpinistas aficionados, hombres arañas a la fuerza, por decisión de los dioses, mascando terror, mascando el chicle amargo del miedo, temblando de espanto. Ayúdame, dice Eva, no puedo más, voy a caerme, la intento animar con una palabra amable. Y un demonio viene y se la lleva, hacia arriba, porque sí, porque le da la gana, porque tiene que alimentarse, porque disfruta con ello, seguimos bajando. Fernando se despeña, no ha podido más, pobre muchacho débil y gordito que siempre nos agradó. Era la bondad personificada y ha caído, Oh Dios, ¿porqué nos has abandonado? Seguimos descendiendo. Huída, huída, huída, y terror. Descanso un poco, no puedo ni respirar, sólo se oye el chorreo del agua por las paredes, el rozar del liquen ancestral y nuestra agitada respiración.


LIBRO IV.- Porque ellos dicen que yo soy un esquizofrénico, pero no soy un esquizofrénico, porque los esquizofrénicos son comunistas. Los esquizofrénicos se creen Dios, o sea que son todos iguales al diosísimo, lo que sería totalmente comunista, pero yo soy distinto, porque soy un genio, una divinidad que no es Diosísimo, sino que el Anticristo. O sea, lo más distinto a lo que puede ser un comunista. El Anticristo no está contra del Diosísimo, sino que es la otra versión del Cristo, que es Jesús. O sea, el Anticristo no cree en el Hijo, porque es como la otra parte. Es como en una empresa: el Gerente de la empresa, que en este caso es el Diosísimo, tiene un hijo, pero el hijo se fue a hacer sus cosas por su cuenta por su padre, pero tiene que tener un Secretario Ejecutivo que haga bien las cosas para El en la tierra. Entonces yo como el Anticristo soy el Secretario Ejecutivo del Diosísimo. ¿Parece que no saben que yo demuestro que somos telepáticas las tipiquísimas? ¿Estoy pensando que las tipiquísimas están histéricas porque se está manifestando un príncipe diosísimo? ¿Estoy pensando que las tipiquísimas están histéricas porque se están manifestando... con vestidos de mujer? ¿Parecen que no saben que yo soy el Anticristo por antonomasita? ¿Parece que no saben que los comunistas creen que yo soy virgen? ¿Parece que no saben que son estúpidos porque sufrí un desliz? ¿Parece que no saben que me pegué un sobresaltísimo con un misógeno? ¿Estoy pensando que en los pololeísmos los misógenos son longi y medísimo? ¿Estoy pensando que por eso fracasó mi matrimonio? ¿Estoy pensando que los aristocráticos de este país son sanguchísimos? ¿Estoy pensando que cuando las colísimas se quieren casar les ponen cualquier obstáculos? ¿Estoy pensando que esos cochinísimos en mentira que son como Inglaterra? Estoy pensando que los de Inglaterra... son fruto de Enrique octavísimo. ¿Estoy pensando que los ingleses son conocidísimos porque tienen la mejor cultura? ¿Estoy pensando que los norteamericanos son fruto de los mormonísimos? ¿Estoy pensando que los arcángeles son lesbianas cachúas que están convertidas en hombrísimos? Estoy pensando que los alemanicios son fruto de Luterísimo. Estoy pensando que los habitantes de Chile están carísimos como empleaditos del nautilus. ¿Estoy pensando que los rusísimos son fruto de la iglesia de los Rasputines? Estoy pensando que por el resto saquen sus propias conclusiones. ¿Estoy pensando que diosísimo nos dijo que dejemos crecer la mala yerba? ¿Estoy pensando que la mala yerba son los que tienen los templos cototúos? ¿Estoy pensando que estos cochinísimos se gastaron lo que no tienen y no quisieron ayudar a su pueblo? Estoy pensando de que son vecinos de los norteamericanos, por eso que no son tan pobres los chilenos. ¿Estoy pensando que Pinochísimo los ayudó a conseguirse cualquier progreso? ¿Estoy pensando que Pinochísimo fue descueve como misógeno? Estoy pensando que Pinochísimo sentía lástima por las tipiquísimas. Estoy pensando que se dio cuentísima que las tipiquísimas son estúpidas. Estoy pensando que con Pinochísimo los misógenos no estaban histéricos.


LIBRO V.- Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


LIBRO VI.- No le importó el púrpura-escarlata de sus vestidos que encendían aun más los fulgores carnales de sus pecados. Pecador perdido sin perdón para siempre lo único que deseaba era hundirse y beber, beber y ahogarse en el cáliz de oro lleno de su sangre y su saliva y sus fluidos hirvientes y sus aguas de malditas. Y solo vió el nacarado tierno de su cuerpo vestido solo con oro y piedras preciosas y perlas, y ella ebria de la vida que se toca y que duele. Ella lo llamaba, lo atraía hacia un túnel sagrado. Y vió sus siete cabezas, vió sus diez cuernos, y vió la muerte sobre pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas, vió muerte y sangre, dolores y males y plagas. Y no le importó, porque la anilina de sus ojos lo envolvía en el tul de su piel perfumada, ardiente y cercana. Fue más ciego al mal que enemigo del bien, y fue sordo a la voz del cielo de mentira. Rompió allí los votos de abstinencia de monje adusto y consagrado. Y se sumergió al fin en ese liquido primordial de sangre, leche, saliva, sudores y lagrimas y orines y licores sexuales. Eran las Aguas Vivas que le llevaron la vida buscándolas para aplacar su sed de ser parte de el Todo que le prometieron en el Paraíso. Y sintió que su cuerpo inmerso en la tierna turbiedad de ese vino voluptuoso se iba involucionando, curvando sin dolor ni conciencia, sus rodillas encogidas al pecho y las manos en oración hacia el rostro, bajando la cerviz y cerrando los ojos. Y supo que en ese cenote tibio y urgente, lleno de los aceites y brebajes de la Gran Ramera no estaba muriendo sino volviendo al tierno origen materno. Entendió que esa cálida densidad animal era en verdad Sus íntimos caldos uterinos, que estaba de regreso al único lugar donde el Universo tenia sentido, y asombrado intuyó que era el fin de la Búsqueda, del Camino, y del Tiempo. Y fue esa su revelación. Con el pavor desesperado de los que alcanzan a ver la Luz, quiso borrar con el codo los oscuros escritos que me habían llevado a ese divino dzonot. Comprendió que ya era tarde para todo. Ahora está con los ojos cerrados dejándose morir para apurar el goce de los últimos estímulos vitales de las aguas incestuosas de la Sagrada Meretriz, Babilonia la Grande.


LIBRO VII.- Y pensar que todo esto estará alguna vez habitado por la muerte. Que esta cálida madurez de tu piel que sube por mi tacto hasta el abismo de mi desasosiego, tiene que desgajarse un día sobre su propio silencio desolado. Que este orden de cosas naturales, que hacen de ti y de mi y del agua y los pájaros, claros volúmenes para la vendimia de los sentidos, estará una tarde hundido en la niebla de lejanas comarcas. Que ese temblor de voces interiores que sube por tu sangre, que se anuda en tu vientre como un hijo cuando te hablo de cosas simples, elementales, como estas cosas tremendas de que estoy hablando, tiene que estar un día trasladado a otro cuerpo, cuando los nuestros sepan del peso de las piedras y sin embargo siga siendo verdad el amor. Que este dolor de estar dentro de ti y lejano de mi propia substancia, ha de encontrar alguna vez su remedio definitivo. Pensar que alguna vez conoceremos los puertos del olvido, igual que antes cuando aun no habían venido estos cuerpos a habitar nuestra tristeza. Que los hombres caminantes tendrán que sorprenderse, alguna vez, de que todos los pájaros enmudezcan de pronto, sin saber que eres tu y que soy yo que hemos vuelto a encontrarnos más allá de nuestros huesos. Que una tarde regresarán los bueyes del arado con las cuchillas iluminadas de una amorosa claridad, todos creerán que hay estrellas sembradas, sin saber que eres tu y que soy yo que estamos preparando las semillas. Que un domingo como este sonarán las campanas con bronce estremecido y los niños preguntarán asombrados quién ha muerto en domingo, sin saber que eres tu y que soy yo que aún seguimos muriendo en todas las preguntas. Pensar que alguna vez los árboles preguntarán a sus raíces cuando van a pasar los vidrios de nuestros ojos para que sea más clara la luz de sus naranjas. Que el agua de los ríos nos llevará polvo a polvo hasta el júbilo de los que tuvieron sed, y la mitigarán con nuestra arcilla. Que cada una de las cosas que amamos seguirá siendo bella sin necesidad de que nosotros la amemos. Y, sobre todo, pensar que este amor nuestro tiene que morir antes de que estas cosas pasajeras estén habitadas por la muerte.

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Y cuando hube leído las siete maravillas del libro escrito por dentro y por fuera, con los siete sellos rotos por mano propia me dije: Estas palabras son fieles y verdaderas. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Yo soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira. Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro. Vale.


(Apocalipsis Capitulo XII, versículos 6 al 19)


Lista bibliográfica; Jorge Luis Borges, Alonso de Ercilla y Zúñiga, Francisco Antonio Ruiz Caballero, José Pizarro (El Divino Anticristo), Julio Cortazar, F.S.R.Banda, y Gabriel García Márquez, en ese orden.


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