lunes, 28 de junio de 2010

LOS CUATRO ROLLOS DEL MAESTRO KONG

Sobre los roqueríos las algas como cabelleras de medusas sumergidas atan y desatan sus nudos con el ritmo caótico del oleaje, la espuma que es alba virgen cuando viene arremolinada en las cresta de las ola y rompe esplendecente en altos bufidos de animal prehistórico es apenas una sucia baba amarillenta cuando queda adherida a los recovecos de piedras y lagunillas de baja mar. La playa extensa, amarilla, tiene una huella oscura paralélela a la línea de marea, son todos los fragmentos que la mar vomitó en la pleamar, Allí hay basuras, trozos de troncos y ramas de árboles ahogados, también maderos de naufragios pintados con los vistosos colores de los botes de pescadores. Estaba yo admirando tal espectáculo cuando vi venir caminando calmadamente por la playa siguiendo el zigzagueante rastros de los despojos, a un viejo de larga cabellera blanca al igual que su barba terminada en punta sobre su pecho. Ya mas cerca lo reconocí, el Maestro Kong, era un viejo conocido de la aldea, un respetable anciano quien lejos de la mística y las creencias religiosas, enseñaba una filosofía práctica, como un sistema de pensamiento orientado hacia la vida y destinado al perfeccionamiento de uno mismo. Como solía decir; “El objetivo no es la "salvación", sino la sabiduría y el autoconocimiento.” Traía en sus brazos cuatro rollos muy antiguos de cuero de cabra en los que se alcanzaba a distinguir los extraños grafos de la secta de los Censores de la Luz. Se detuvo frente a mi y como si ya supiera quien era yo, me sonrió alcanzándome los rollos, los tomé sorprendido sin entender el porque de aquel regalo inesperado, bajó su cabeza en un gesto de despedida y siguió caminando en la misma dirección que traía, bordeando los despojos de la pleamar. De pronto se detuvo a unos pocos pasos de mi y volviéndose me dijo en una voz apenas audible: “Leer sin meditar es una ocupación inútil", y siguió su camino hasta que se perdió tras unos grandes roquerío que cortaban la playa e iniciaban el camino hacia un alto bosque de pinos. Curioso fui desenrollando cada rollo y leyendo su contenido: El primer rollo titulado Ta-Hio o Gran Ciencia era acerca de un viejo poeta ciego que fue escribiendo su vida en todos sus libros esperando que nadie nunca llegara a descifrarlos. El segundo se llamaba Chung-Yung o Doctrina del Medio y describía una extraña ciudad llamada Mumbaí donde la miseria humana se repartía por todos los rincones como si una maldición ancestral la hubiera marcado con el fuego de la podredumbre. El tercer rollo, se titulaba Lun-Yu o Comentarios Filosóficos y en el se describía un fragmento de una rara travesía marina en plena tormenta. Y el cuarto rollo, el más ajado y apenas leíble se llamaba Meng-Tse o Libro de Mencio y describía simplemente un atardecer.

Para los lectores curiosos los trascribo íntegros a continuación para su mayor sabiduría o incredulidad.


I

Hoy he releído los cuentos de Borges como si todos ellos fueran capítulos sueltos de una novela. Así lo creo. Borges tenía escrita una novela, una obra de enormes dimensiones en la que cada capítulo era un ajuste de cuentas con la tradición argentina y con la tradición europea que él había leído y que tan bien asimiló. No tengo la menor duda de que Borges empeñó varios años -algo así como los años perdidos de Jesús- en la redacción de esa magna eyaculación literaria que era su vida. Noveló su vida, que en definitiva eran los libros, pero al término de la escritura se dio cuenta de que todo cabía en un resumen, que la síntesis era la perfecta semblanza de todos sus renglones. De esta manera comenzó a reducir cada capítulo en una especie de macroestructura que los sostiene, un laberinto que no deja vislumbrar las dimensiones reales del trabajo: el tiempo circular, la novela policíaca, la literatura gauchesca, la filosofía de Shopenhauer, el sujeto moderno, los libros, las sagas, acaso la eternidad. “Ignoro los detalles de su aventura; cuando me sean revelados he de rectificar y ampliar estas páginas. Por ahora, este resumen puede ser útil”, escribe al inicio de "El muerto", en El Aleph. Por más que lo interpretemos como un recurso narrativo, considero que este cuento pertenece a una larga narración, una narración de la que no tenemos conocimiento; sólo podemos reconstruirla gracias a la imaginación y a la sospecha. Por eso Borges nos desdibuja el resto, nos lo anula como lectores. Sólo aspiramos a ser un personaje de sus narraciones, un muerto, como Otálora, que adivina al final de sus días que Bandeira es “una tosca divinidad”.

Creo que Borges quiso narrar la eternidad. Prefirió aglutinarla con la descripción del aleph y secuenció los porcentajes de finitud que nos resume en cada uno de sus cuentos. Por supuesto, cuando lo leemos, la tosca divinidad que traza nuestros pasos, es el propio Borges.


II

“Hemos llegado al fin a la antigua Ciudad de las Siete Islas, la que en el Mar de Omán se mira: Bombay, Bom Bahía, la Ciudad del Caos, la ciudad del Paraíso y del Infierno. Hemos llegado al amanecer y la primera puerta es la de la Miseria, la de los seres medio muertos que a duras penas sobreviven en los estercoleros, tumbados sobre los escombros, con la cabeza recostada sobre la inmundicia que hace que se pudran los sueños, que se pudran los sueños injustamente. Ya no sé lo que soy, hombre o difunto desgranando un rosario de angustia, una roja pesadilla llena de sobresaltos. Grita mi alma en este amanecer del desconsuelo, grita ante el paso de las escuálidas figuras con los rostros quemados y la piel enferma. Oh los cuerpos que milagrosamente se sostienen, semidesnudos, errantes, bajo las venenosas flechas del Monzón inclemente; puñados de huesos que andan sin rumbo, sonajas que rechinan dolorosas sobre la tierra negra del abandono. Esta es Bombay, en la que las bandadas de cuervos vigilan permanentemente cualquier migaja. Ya no sé si estoy vivo o un Caronte me lleva en su oscura barcaza. No veo su rostro, tan solo unos ojos inyectados en sangre. No me engañan las músicas que embalsaman el aire, ni el aroma dulzón del cardamomo, ni el humillo plácido del incienso sobre la pira de los sacrificios... Todo se desmorona. Filas de hombres sentados aguardan la limosna a las puertas de los cafetines infectos. Todo se desmorona... Niños con sus andrajos me piden tristemente unas rupias y sus palmas están agrietadas como mi conciencia. Esta es Bombay: la ciudad de los seres tullidos, la de los cuerpos cercenados ante un platillo con las pocas monedas de la dádiva. ¿Cómo puede latir mi corazón ante el hermano sin brazos y sin piernas, ante ese tronco vivo clavado en un charco, en Apollo Bunder, bajo el triunfo amarillo de un arco de basalto?

¿Cómo podré seguir aún con el recuerdo de aquel otro que sostiene en sus manos esa bola de carne, asomando del vientre como una pavorosa excrecencia? Esta sí, es Bombay, predio de Bahadur, narcotizada por el mar verde de Omán. Bombay, en la que pájaros nefastos devoran por las calles y por las aceras las podridas entrañas de las ratas;

Bombay, en la que todos los colores del mundo se dan cita con un tinte de antaño. La ciudad de los rostros marcados por el desasosiego, la de los sabios en cuclillas con turbantes que el aire hediondo deshilacha, como se deshilacha mi esperanza. Esta es Bombay: un té que sabe como saben las lágrimas. Esta es Bombay —me digo—, el gran bazar de la locura, un laberinto de callejas tomadas por mendigos dolientes y por artesanos; la ciudad de los mil oficios insignificantes y la de las empresas acristaladas de Nariman Point; la de las Torres del Silencio, donde los parsis abandonan a sus muertos para ser devorados por los buitres. Sí, la de los bellos rostros con un bindi en la frente, rojo como el agujero de un disparo. La de los cadáveres descomponiéndose en los árboles. La del ruido que no cesa nunca, la del fragor, la de la anarquía y las epidemias. El caos hecho ciudad; una ciudad de esencias irreconocibles. Sagrada y diabólica, maldita y áurea; la ciudad convertida en caos, el vertedero por el que sobrevuelan las rapaces. Sí Bombay, aquella dote pantanosa, con sus templos perdidos

y sus árboles gigantescos, de copas salpicadas de flores. La de los mohosos edificios de la colonia y las amplias avenidas, en donde se consumen los moribundos; la de los parques suntuosos por los que danzan monos de rostro envejecido. Bombay la patria de los adivinos y los encantadores de serpientes, la de los buques en la bruma, frente al puerto, cargados de semillas de coriandro y tumeric; la de los cuerpos atravesados por las agujas, la de los rostros desencajados y las cabezas acribilladas y diabólicas, con las greñas compactas por la cochambre. Oh sí, Bombay, Mumbay ahora, la ciudad del espíritu, la de las hetairas escondidas, acorraladas como pequeños animalillos eróticos, en guetos de perfume y escoria. Ciudad leprosa, amarga y dulce y agria, que día a día recorren la plantas descarnadas de quienes nada esperan en su búsqueda insomne, de cuantos olvidaron el sueño de una ciudad con las calles de oro. Bombay, la gusanera; la carcel de los desheredados, con mezquitas de esbeltos minaretes y palacios de un cuento delirante. Bombay la de las castas, la de las tribus, los clanes, las familias: jainas, judíos, cristianos, goanises, punjabis, gujaratis, sikhs altivos de apretado turbante. Bombay la de todos contra todos, Babel de mundos que se descomponen; prisión de almas traicionadas por un espejismo. Oh sí, Bombay, la del sol de naranja y el éxtasis permanente; la de las especias en el aire como un polen inaprensible. La de los saltimbanquis que se elevan sobre los muertos en una pirueta desgarradora, mientras Shiva Nataraja, el Bailarín Cósmico, inicia la Tandava violenta de la destrucción, la danza que sacude a las constelaciones... Bombay, la llaga abierta en el corazón de Asia, la ciudad del horror y la de las sonrisas apagadas por el desaliento, la terrible masala de milagro y de miedo, de injusticia y belleza, de cieno y melodía. Oh sí, Bombay, tu sangre enferma me ha hecho otro; tu herida es ya mi herida para siempre.”


III

“Entonces nos dimos a la vela, y tuvimos buena travesía hasta pasar los estrechos de Madagascar; pero ya hacia el norte de esta isla, y a cosa de cinco grados Sur de latitud, los vientos, que se ha observado que en aquellos mares soplan constantes del Noreste desde principios de diciembre hasta principios de mayo, comenzaron a soplar con violencia mucho mayor y más en dirección Oeste que de costumbre. El patrón, hombre experimentado en la navegación por aquellos mares, nos previno para que nos dispusiéramos a guardarnos de la tempestad, que en efecto, se desencadenó al día siguiente, pues empezó a formalizarse el viento llamado monzón del Sur. Creyendo que la borrasca pasaría, cargamos la cebadera y nos dispusimos para aferrar el trinquete; pero en vista de lo contrario del tiempo, cuidamos de sujetar bien las piezas de artillería y aferramos la mesana. Como estábamos muy enmarados, creímos mejor correr el tiempo con mar en popa que no capear o navegar a palo seco. Rizamos el trinquete y lo cazamos. El timón iba a barlovento. El navío se portaba bravamente. Largamos la cargadera de trinquete; pero la vela se rajó y arriamos la verga; y una vez dentro la vela, la desaparejamos de todo su laboreo. La tempestad era horrible; la mar se agitaba inquietante y amenazadora. Se afirmaron los aparejos reales y reforzamos el servicio del timón. No calamos los masteleros, sino que los dejamos en su lugar, porque el barco corría muy bien con mar en popa y sabíamos que con los masteleros izados el buque no sufría y surcaba el mar sin riesgo. Cuando pasó la tempestad largamos el nuevo trinquete y nos pusimos a la capa; luego largamos la mesana, la gavia y el velacho. Llevábamos rumbo Nordeste con viento Sudoeste. Amuramos a estribor, saltamos las brazas y amantillos de barlovento, cazamos las brazas de sotavento, halamos de las bolinas y las amarramos; se amuró la mesana y gobernamos a buen viaje en cuanto nos fue posible.”


IV

“El mejor “espectáculo” que jamás he visto ocurrió tarde en el Océano Indico. Eran en verdad inmenso. El escenario tenia un centenar de millas de ancho y tres de alto, y en él la naturaleza representó un drama que duró media hora: con dragones gigantescos, dinosaurios y leones que se movían por el cielo —¡cómo se hinchaban las cabezas de los leones y se extendían sus melenas, y cómo se inclinaban y se retorcían los lomos de los dragones!—; y ejércitos de soldados con uniformes blancos y grises y oficiales con entorchados dorados, que marchaban y contramarchaban y se unían en combate y se retiraban otra vez. A medida que proseguía la batalla y la persecución, cambiaban las luces del escenario, y los soldados de blancos uniformes aparecieron de color naranja y los soldados de uniformes grises parecieron ponerse otros purpúreos, mientras el telón de fondo era una llama de oro iridiscente. Luego, cuando los técnicos de la naturaleza fueron apagando gradualmente las luces, el púrpura venció y tragó al naranja, y fue siendo un malva y gris más y más profundo, y durante los últimos cinco minutos se presento un espectáculo de inenarrable tragedia y de sombrío desastre, antes de que se extinguieran del todo las luces. Y no pague un solo centavo para presenciar el mas grandioso espectáculo de toda mi vida.”

Cuando terminé la lectura de los cuatro rollos ya casi se terminaba el crepúsculo, miré sobre la arena las huellas del Maestro Kong y sin pensarlo las fui siguiendo, pisando paso a paso en cada una de ellas, y tratando a la vez de seguir su consejo; “Leer sin meditar es una ocupación inútil". Cuando llegué al bosque de pinos la oscuridad de la noche sin luna me hizo perder definitivamente su rastro. Vale.



Bibliografía.-

I.- Escrito por Tomás Rodríguez Reyes bajo el titulo LA NOVELA PERDIDA DE BORGES, 2008.

II.- Transcrito sin versos para mayor confusión del poema BOMBAY, LA PUERTA DE LA INDIA del andaluz José Lupiáñez, 1999.

III.- Tomado con algunas leves enmiendas para su mejor entendimiento del libro LOS VIAJES DE GULLIVER, de Jonathan Swift, 1726.

IV.- Copiado de LA IMPORTANCIA DE VIVIR, de Lin Yutang, 1937.


lunes, 21 de junio de 2010

EL LIBRO DE LA REVELACION

(Apocalipsis, Capitulo V, versículos 1 al 5)


Y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos. Y vi a un ángel fuerte que pregonaba a gran voz: ¿Quién es digno de abrir el libro y desatar sus sellos? Y ninguno, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el libro, ni aun mirarlo. Y lloraba yo mucho, porque no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo. Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos. Entonces vi con la luz del entendimiento y me acerqué a aquel libro escrito por dentro y por fuera, y rompí con mis uñas cada uno de los siete sellos, que se desgranaron en un polvo rojizo y al caer al suelo cada grano o fragmento dejo manchas como gotas de sangre seca sobre la arena. Y abrí el libro y vi que estaba manuscrito con signos que yo no conocía, la mayoría de ellos contaba de uno o dos trazos simples, pero al deslizar mi mirada por las líneas extrañamente si podía entender claramente lo que decían. Entendí que cada glifo era intraducible, pero cada pequeño conjunto de ellos, algo así como una palabra, tenía ya un sentido, a veces ambiguo o misterioso en si mismo, pero la frase total que los incluía me era perfectamente entendible. El texto era fluido, como si aquellos que lo escribieron lo hacían bajo un estado de iluminación o éxtasis. Y vi que el libro escrito por dentro y por fuera, y sellado con siete sellos, estaba constituido por siete capitulos escritos por siete divinidades distintas. Aunque cada uno de los autores del libro era anónimo, se podía distinguir por la grafología y contenido las peculiaridades de cada autor, así el libro primero parecía escrito por un viejo poeta ciego creador de un Universo propio donde nada era como parecía sino como solo él sabia que era. El segundo libro lo supuse escrito como un relato épico por un soldado madrileño gentilhombre de la corte y caballero de Santiago. El tercero claramente provenía de la pluma asombrosa de un sevillanito licenciado en Ciencias Biológicas y especialista en Bioquímica Clínica, diagnosticado de Esquizofrenia paranoide y en tratamiento psiquiátrico. El cuarto era un escrito de un vagabundo que viste de mujer porque, dice, él es la única hembra hermafrodita sobre la tierra. Por eso escribe bajo dos nombres: Divino Anticristo y Mujer Niña Isabelísima Advanceinsteinbraun. Tiene una enfermedad mental endógena que se reagudiza en la calle, por lo que cada cierto tiempo se descompensa, se trata de una esquizofrenia con una sicosis delirante crónica. Según él no es un escritor, es el secretario de Diosísimo y solo escribe lo que Él le dicta. Dice que primero anduvo con un viejo que era arcángel y lo cuidaba, pero que ahora está solo. En el quinto libro se percibe la creación deslumbrante de un belga de nacimiento, argentino de alma que sufría de acromegalia, una enfermedad que, es fama, solo les da a los genios. El sexto, el menos importante fue obviamente garrapateado por un shileno nacido en pleno barrio del Matadero de animales y probablemente de profesión zahorí o rabdomante, y está afectado desde joven por un síndrome de angustia psicopática. Y por ultimo, el séptimo libro lo escribió un visionario costeño de Aracataca de imaginación prodigiosa, cronista incesante del verdadero descubrimiento de América. Y eso estaba escrito en el libro escrito por dentro y por fuera, ya no sellado con siete sellos.


LIBRO I.- En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.


LIBRO II.- Bien por ella cien pasos anduvimos, no sin algún temor de parte mía, cuando a una grande bóveda salimos do una perpetua luz en medio ardía; y cada banda en torno de ella vimos poyos puestos por orden, en que había multitud de redomas sobrescritos de ungüentos, hierbas y aguas infinitas. Vimos allí del lince preparados los penetrantes ojos virtuosos, en cierto tiempo y conjunción sacados, y los del basilisco ponzoñosos; sangre de hombres bermejos, enojados, espumajos de perros que, rabiosos, van huyendo del agua y el pellejo del pecoso chersidros cuando es viejo. También en otra parte parecía la coyuntura de la dura hiena, y el meollo del cencris, que se cría dentro de Libia en la caliente arena; y un pedazo de ala de una arpía, la hiel de la biforme anfisibena, y la cola del áspide revuelta, que da la muerte en dulce sueño envuelta. Moho de calavera destroncado del cuerpo que no alcanza sepultura, carne de niña por nacer sacada no por donde la llama la Natura; y la espina también descoyuntada de la sierpe cerastes, y la dura lengua de la emorrois, que aquel que hiere suda toda la sangre hasta que muere. Vello de cuantos monstruos prodigiosos la superflua Natura ha producido, escupidos de sierpes venenosos; las dos alas del jáculo temido y de la seps los dientes ponzoñosos, que el hombre o animal de ella mordido, de súbito hinchado como un odre, huesos y carne se convierte en podre. Estaba en un gran vaso transparente el corazón del grifo atravesado, y ceniza del fénix que en Oriente, se quema él mismo de vivir cansado; el unto de la scítala serpiente, y el pescado echineis, que en mar airado al curso de las naves contraviene y, a pesar de los vientos, las detiene. No faltaban cabezas de escorpiones y mortíferas sierpes enconadas, alacranes y colas de dragones y las piedras del águila preñadas; buches de los hambrientos tiburones, menstruo y leche de hembras azotadas, landres, pestes, venenos, cuantas cosas produce la Natura ponzoñosas.


LIBRO III.- Ellos, los demonios, están arriba. Pueden reptar por las paredes, equilibristas, arañas, salamandras, perfectos. Son horribles, feos hasta la nausea, por eso son demonios. Son de largos miembros y grandes cabezas sin rostros, y se mueven por la pared buscándonos. Nosotros somos sus presas. Y tenemos el miedo de las presas. Hemos bajado un puesto en la cadena alimenticia, ya no somos los reyes de la creación porque, como condenados, nos hayamos en la espiral. Y en la espiral, el vértigo desde arriba hacia a lo obscuro, en la espiral, hemos de bajar para escapar de ellos. Cada paso que damos, cada peldaño que descendemos, es una proeza física y mental. Esta lucha por pintar la pared que hacemos sin arneses es una culebra venenosa de dientes afilados, un eterno ofidio venenoso. Y bajamos, y de pronto, un puto demonio baja reptando por la pared, agarra a Rocío y se la lleva hacia arriba, para comérsela, para desollarla, supongo, y otro demonio, brutal como una carcajada de leproso, despeña a Carlos de un manotazo, para reírse, y su cuerpo, que era similar a una noche de verano, cae rebotando por las paredes en el infernal intestino de la bestia. Aquí estamos, atenazados por la altura, alpinistas aficionados, hombres arañas a la fuerza, por decisión de los dioses, mascando terror, mascando el chicle amargo del miedo, temblando de espanto. Ayúdame, dice Eva, no puedo más, voy a caerme, la intento animar con una palabra amable. Y un demonio viene y se la lleva, hacia arriba, porque sí, porque le da la gana, porque tiene que alimentarse, porque disfruta con ello, seguimos bajando. Fernando se despeña, no ha podido más, pobre muchacho débil y gordito que siempre nos agradó. Era la bondad personificada y ha caído, Oh Dios, ¿porqué nos has abandonado? Seguimos descendiendo. Huída, huída, huída, y terror. Descanso un poco, no puedo ni respirar, sólo se oye el chorreo del agua por las paredes, el rozar del liquen ancestral y nuestra agitada respiración.


LIBRO IV.- Porque ellos dicen que yo soy un esquizofrénico, pero no soy un esquizofrénico, porque los esquizofrénicos son comunistas. Los esquizofrénicos se creen Dios, o sea que son todos iguales al diosísimo, lo que sería totalmente comunista, pero yo soy distinto, porque soy un genio, una divinidad que no es Diosísimo, sino que el Anticristo. O sea, lo más distinto a lo que puede ser un comunista. El Anticristo no está contra del Diosísimo, sino que es la otra versión del Cristo, que es Jesús. O sea, el Anticristo no cree en el Hijo, porque es como la otra parte. Es como en una empresa: el Gerente de la empresa, que en este caso es el Diosísimo, tiene un hijo, pero el hijo se fue a hacer sus cosas por su cuenta por su padre, pero tiene que tener un Secretario Ejecutivo que haga bien las cosas para El en la tierra. Entonces yo como el Anticristo soy el Secretario Ejecutivo del Diosísimo. ¿Parece que no saben que yo demuestro que somos telepáticas las tipiquísimas? ¿Estoy pensando que las tipiquísimas están histéricas porque se está manifestando un príncipe diosísimo? ¿Estoy pensando que las tipiquísimas están histéricas porque se están manifestando... con vestidos de mujer? ¿Parecen que no saben que yo soy el Anticristo por antonomasita? ¿Parece que no saben que los comunistas creen que yo soy virgen? ¿Parece que no saben que son estúpidos porque sufrí un desliz? ¿Parece que no saben que me pegué un sobresaltísimo con un misógeno? ¿Estoy pensando que en los pololeísmos los misógenos son longi y medísimo? ¿Estoy pensando que por eso fracasó mi matrimonio? ¿Estoy pensando que los aristocráticos de este país son sanguchísimos? ¿Estoy pensando que cuando las colísimas se quieren casar les ponen cualquier obstáculos? ¿Estoy pensando que esos cochinísimos en mentira que son como Inglaterra? Estoy pensando que los de Inglaterra... son fruto de Enrique octavísimo. ¿Estoy pensando que los ingleses son conocidísimos porque tienen la mejor cultura? ¿Estoy pensando que los norteamericanos son fruto de los mormonísimos? ¿Estoy pensando que los arcángeles son lesbianas cachúas que están convertidas en hombrísimos? Estoy pensando que los alemanicios son fruto de Luterísimo. Estoy pensando que los habitantes de Chile están carísimos como empleaditos del nautilus. ¿Estoy pensando que los rusísimos son fruto de la iglesia de los Rasputines? Estoy pensando que por el resto saquen sus propias conclusiones. ¿Estoy pensando que diosísimo nos dijo que dejemos crecer la mala yerba? ¿Estoy pensando que la mala yerba son los que tienen los templos cototúos? ¿Estoy pensando que estos cochinísimos se gastaron lo que no tienen y no quisieron ayudar a su pueblo? Estoy pensando de que son vecinos de los norteamericanos, por eso que no son tan pobres los chilenos. ¿Estoy pensando que Pinochísimo los ayudó a conseguirse cualquier progreso? ¿Estoy pensando que Pinochísimo fue descueve como misógeno? Estoy pensando que Pinochísimo sentía lástima por las tipiquísimas. Estoy pensando que se dio cuentísima que las tipiquísimas son estúpidas. Estoy pensando que con Pinochísimo los misógenos no estaban histéricos.


LIBRO V.- Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.


LIBRO VI.- No le importó el púrpura-escarlata de sus vestidos que encendían aun más los fulgores carnales de sus pecados. Pecador perdido sin perdón para siempre lo único que deseaba era hundirse y beber, beber y ahogarse en el cáliz de oro lleno de su sangre y su saliva y sus fluidos hirvientes y sus aguas de malditas. Y solo vió el nacarado tierno de su cuerpo vestido solo con oro y piedras preciosas y perlas, y ella ebria de la vida que se toca y que duele. Ella lo llamaba, lo atraía hacia un túnel sagrado. Y vió sus siete cabezas, vió sus diez cuernos, y vió la muerte sobre pueblos, muchedumbres, naciones y lenguas, vió muerte y sangre, dolores y males y plagas. Y no le importó, porque la anilina de sus ojos lo envolvía en el tul de su piel perfumada, ardiente y cercana. Fue más ciego al mal que enemigo del bien, y fue sordo a la voz del cielo de mentira. Rompió allí los votos de abstinencia de monje adusto y consagrado. Y se sumergió al fin en ese liquido primordial de sangre, leche, saliva, sudores y lagrimas y orines y licores sexuales. Eran las Aguas Vivas que le llevaron la vida buscándolas para aplacar su sed de ser parte de el Todo que le prometieron en el Paraíso. Y sintió que su cuerpo inmerso en la tierna turbiedad de ese vino voluptuoso se iba involucionando, curvando sin dolor ni conciencia, sus rodillas encogidas al pecho y las manos en oración hacia el rostro, bajando la cerviz y cerrando los ojos. Y supo que en ese cenote tibio y urgente, lleno de los aceites y brebajes de la Gran Ramera no estaba muriendo sino volviendo al tierno origen materno. Entendió que esa cálida densidad animal era en verdad Sus íntimos caldos uterinos, que estaba de regreso al único lugar donde el Universo tenia sentido, y asombrado intuyó que era el fin de la Búsqueda, del Camino, y del Tiempo. Y fue esa su revelación. Con el pavor desesperado de los que alcanzan a ver la Luz, quiso borrar con el codo los oscuros escritos que me habían llevado a ese divino dzonot. Comprendió que ya era tarde para todo. Ahora está con los ojos cerrados dejándose morir para apurar el goce de los últimos estímulos vitales de las aguas incestuosas de la Sagrada Meretriz, Babilonia la Grande.


LIBRO VII.- Y pensar que todo esto estará alguna vez habitado por la muerte. Que esta cálida madurez de tu piel que sube por mi tacto hasta el abismo de mi desasosiego, tiene que desgajarse un día sobre su propio silencio desolado. Que este orden de cosas naturales, que hacen de ti y de mi y del agua y los pájaros, claros volúmenes para la vendimia de los sentidos, estará una tarde hundido en la niebla de lejanas comarcas. Que ese temblor de voces interiores que sube por tu sangre, que se anuda en tu vientre como un hijo cuando te hablo de cosas simples, elementales, como estas cosas tremendas de que estoy hablando, tiene que estar un día trasladado a otro cuerpo, cuando los nuestros sepan del peso de las piedras y sin embargo siga siendo verdad el amor. Que este dolor de estar dentro de ti y lejano de mi propia substancia, ha de encontrar alguna vez su remedio definitivo. Pensar que alguna vez conoceremos los puertos del olvido, igual que antes cuando aun no habían venido estos cuerpos a habitar nuestra tristeza. Que los hombres caminantes tendrán que sorprenderse, alguna vez, de que todos los pájaros enmudezcan de pronto, sin saber que eres tu y que soy yo que hemos vuelto a encontrarnos más allá de nuestros huesos. Que una tarde regresarán los bueyes del arado con las cuchillas iluminadas de una amorosa claridad, todos creerán que hay estrellas sembradas, sin saber que eres tu y que soy yo que estamos preparando las semillas. Que un domingo como este sonarán las campanas con bronce estremecido y los niños preguntarán asombrados quién ha muerto en domingo, sin saber que eres tu y que soy yo que aún seguimos muriendo en todas las preguntas. Pensar que alguna vez los árboles preguntarán a sus raíces cuando van a pasar los vidrios de nuestros ojos para que sea más clara la luz de sus naranjas. Que el agua de los ríos nos llevará polvo a polvo hasta el júbilo de los que tuvieron sed, y la mitigarán con nuestra arcilla. Que cada una de las cosas que amamos seguirá siendo bella sin necesidad de que nosotros la amemos. Y, sobre todo, pensar que este amor nuestro tiene que morir antes de que estas cosas pasajeras estén habitadas por la muerte.

... ... ...

Y cuando hube leído las siete maravillas del libro escrito por dentro y por fuera, con los siete sellos rotos por mano propia me dije: Estas palabras son fieles y verdaderas. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Yo soy el que oyó y vio estas cosas. Y después que las hube oído y visto, me postré para adorar a los pies del ángel que me mostraba estas cosas. Pero él me dijo: Mira, no lo hagas; porque yo soy consiervo tuyo, de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Y me dijo: No selles las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira. Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro. Vale.


(Apocalipsis Capitulo XII, versículos 6 al 19)


Lista bibliográfica; Jorge Luis Borges, Alonso de Ercilla y Zúñiga, Francisco Antonio Ruiz Caballero, José Pizarro (El Divino Anticristo), Julio Cortazar, F.S.R.Banda, y Gabriel García Márquez, en ese orden.


miércoles, 9 de junio de 2010

TRANSMUTACIÓN ESPACIOTEMPORAL

El hombre se levanta aun adormecido, como cualquier día de la semana, de asea rápido, y sin desayunar sale a la calle. Asombrado mira la extensa pampa que se extiende ante él, una desolada planicie cubierta de hierba casi seca. A lo lejos se divisan algunos aislados arbustos solitarios. Entra y sale de la casa varias veces, le cuesta respirar, siente frío y miedo, el silencio le molesta en los oídos y al restregarse el rostro se da cuenta de que esta transpirando. Camina hacia la pampa con pasos lentos y desconfiados, siente como si fuera a hundirse en arenas movedizas. Se aleja cien o doscientos metros de la casa, solo escucha el crujir del pasto seco quebrándose bajo sus pies. Al volverse ve la casa igual que siempre, el blanco de las paredes se destaca contra la vacía lejanía, se da cuenta que a su alrededor no hay mas que la llanura infinita y el pasto y esos tenues arbustos a lo lejos. Se devuelve hacia la casa pensando en como decirle a su esposa todo esto, ya muy cerca se detiene y se sienta en el suelo, sobre la hierba casi seca, mira el cielo nublado e intuye que va a llover.
La mujer escucha el campanilleo entre sueños, se despierta sobresaltada y se levanta rápido poniéndose la bata mientras camina hacia la cocina en busca de la bolsa de la basura. Sale de la casa con ella en la mano y se extraña de ver a las vecinas en un grupo en medio de la calle, alborotadas y mirando hacia el centro del grupo. Piensa en un accidente y camina hacia a ellas. Al verla acercarse le abren paso en silencio, al darse cuenta de esa actitud siente un miedo extraño, como una ansiedad que se confirma cuando lo ve, él esta sentado sobre el pavimento mirándose las manos, con el rostro ausente, como si estuviera absolutamente solo.

NO VOLVER JAMAS

Creían que yo era surrealista, pero no lo era. Nunca pinté mis sueños. Pinté mi propia realidad. F.K.


Magdalena del Carmen nació a principios de un julio de principios del siglo pasado. Desde su infancia poseyó un profundo sentido de la independencia y la rebeldía contra los hábitos sociales y morales ordinarios, sus motivaciones siempre fueron la pasión y la sensualidad. Pero su vida quedó marcada por el sufrimiento físico que comenzó con la poliomielitis que contrajo a los seis años, y continuó con diversas enfermedades, lesiones, accidentes y operaciones. Esta primera enfermedad le dejó una secuela permanente: la pierna derecha mucho más delgada que la izquierda. A los dieciocho años un accidente de tranvía la dejó con lesiones permanentes debido a que su columna vertebral quedó fracturada y casi rota, así como diversas costillas, cuello y la pelvis, su pie derecho se dislocó quedando machacado, su hombro se descoyuntó y un pasamanos le atravesó el vientre, introduciéndosele por el costado izquierdo. La medicina de su tiempo la torturó con treinta y dos operaciones quirúrgicas a lo largo de toda su vida, corsés de distintos tipos y diversos mecanismos de "estiramiento". Tras una larga recuperación, que le devolvió la capacidad de caminar, una amiga la introdujo en los ambientes sociales donde conoció a su futuro marido. Contrajo matrimonio cuatro años después del accidente, y su relación de pareja consistió en amor, aventuras con otras personas, un fuerte vínculo creativo, y también odio, e incluyo un divorcio a los once años de matrimonio que solamente duró un año. Al matrimonio lo llegaron a llamar la unión entre un elefante y una paloma, pues él era enorme y obeso mientras que ella era pequeña y delgada. Por otra parte; debido a sus lesiones, nunca pudo tener hijos, cosa que tardó muchos años en aceptar. Su esposo tuvo muchas aventuras con otras mujeres, las que llegaron a incluir a la propia hermana de Magdalena del Carmen. A cambio ella, a los treinta años, y ocho de casada, tuvo un romance con un líder revolucionario que vivió exiliado en su casa junto a su mujer. Cuando este fue asesinado por traicionar su propia revolución fue acusada de ser la autora del mismo. Esto la llevó a estar arrestada un tiempo pero finalmente fue dejada en libertad. A los cuarenta y seis años le tuvieron que amputar la pierna por debajo de la rodilla debido a una infección de gangrena. Esto la sumió en una gran depresión que la llevó a intentar el suicidio en un par de ocasiones. Durante ese tiempo, debido a que no podía hacer mucho, escribía poemas en sus diarios, la mayoría relacionados con el dolor y remordimiento. Murió en el mismo lugar donde había nacido y en el mismo mes pero cuarenta y siete años después. No se le realizó autopsia, y su cuerpo fue incinerado. Sus cenizas aun permanecen en la misma casa que la vio nacer. Las últimas palabras que escribió en su diario fueron: "Espero que la marcha sea feliz y espero no volver jamás".