martes, 7 de abril de 2009

ACERCA DE UN PLAGIO


El origen de este plagio reconocido data de hará menos de seis meses, cuando visitando la librería donde acostumbro a comprar mis Borges vi un pequeño texto de Italo Calvino, “Cosmicomicas”, lo entreleí un poco y no me atrajo, los diálogos (esa es mi medida para valorizar libros) se leían falsos y truculentos. Pero, Calvino, junto con Humberto Eco son dos conocidos borgeanos, ellos mismos así lo han reconocido, entonces pregunte por otros de sus libros, la dependiente buscó un buen rato en los anaqueles hasta que, cuando ya me iba, encontró, “Las Ciudades Invisibles” de Calvino. Leí algunos párrafos al azar, habían poquísimos diálogos y los que habían eran perfectamente creíbles, me interesó de inmediato.

No me equivoqué, hacia mucho que no encontraba un buen libro que no fuera de Borges.

Trata de la descripción de ciudades imaginadas. En un lenguaje muy preciso, hermoso, melancólico y pleno de nostalgias, llanamente poético.

Cada una de estas ciudades tiene nombre de mujer, y su individualidad esta dada por sus maravillosas arquitecturas o por ciertas características peculiares de sus habitantes o por una mágica combinación de ambas.

La exposición de las 55 ciudades esta hilvanada por filosóficos diálogos entre el melancólico Gran Khan y un visionario Marco Polo aunque, “No esta dicho que Kublai Khan crea todo lo que le dice Marco Polo cuando le describe las ciudades que ha visitado en sus misiones, pero lo cierto es que el emperador de los tártaros sigue escuchando al joven veneciano con mas curiosidad y atención que a ningún otro de sus mensajeros o exploradores.”

La descripción de cada ciudad no lleva mas de dos o tres paginas, pero cada una encierra las maravillas de libros mayores.

Su lectura, placer que recomiendo, me llevó a plagiar descaradamente el método y, hasta donde mis muchas limitaciones me permitieron, el estilo y el lenguaje. Como dice Calvino en la pagina 59: “El viajero reconoce lo poco que es suyo al descubrir lo mucho que no ha tenido y no tendrá.”

El resultado son estas dos leves prosas. Vale.


LAS CIUDADES Y LOS OJOS

Cuando el viajero divisa a la distancia a Mariteria, la ciudad de las libélulas, la ve blanca y muy clara, pero cuando se aleja de ella la ve de un azul de cielo, profundo y a la vez extrañamente quieto. Todos sus visitantes se maravillan cuando ya lejos en distancias o años, buscan en sus recuerdos la ciudad de las libélulas y solo les viene a la memoria ese azul preciso e inconfundible.

Un anciano sabio, ornitólogo y heresiarca, que paso apenas un día en la ciudad, dijo antes de morir, muchos años después, que ese azul era una antigua defensa de la ciudad para confundir a los navegantes de los mares interiores, que era una coraza para alejar piratas y corsarios, poetas y soñadores, pero no enamorados.

Quien entra y recorre sus calles y plazas y sus mercados de especias y sus bazares de estatuas y mascaras, siente que la ciudad es suave, tranquila, que hay en ella un ámbito nítido, casi palpable de calma y serenidad que impregna las almas de sus habitantes, dándoles un aire de dulce lejanía pero a la vez de amistosa cordialidad.

El origen del nombre de ciudad de las libélulas se ha perdido en el tiempo, y solo han perdurado los mitos que lo refieren. Uno de ellos dice que es por la suavidad natural de sus gentes que parecen estar siempre deslizándose sobre el espejo de agua de un lago al atardecer. Otra, aun más poética, cuenta que ese azul con que las memorias evocan la ciudad, corresponde a la exacta tonalidad de ese color que se encuentra en la iridiscencia alar de la Anax imperator.

Existe una versión clandestina del origen del sobrenombre, aceptada como falsa, y que a veces el viajero escucha al pasar en algún bar de contrabandistas o en las ruidosas casas del barrio del vicio. Allí se dice que proviene del Kama Sutra, de la Posición de la Libélula, que, como es fama, es la única que aceptan las altas y ardientes meretrices de la ciudad.

Muchos aventureros al recordar ese azul tan único, con el tiempo llegan a creer que Mariteria es una isla y que un mar de ese color la rodea enteramente, solo muy pocos, los más crueles y despiadados, recuerdan claramente y para siempre, que esta en medio de un triste e infinito desierto.


LAS CIUDADES Y LOS SIGNOS

A Matressia se accede cruzando una larga pero no alta cordillera. Este cruce, imposible a la luz del sol, se hace a través de un túnel interminable, con curvas y rampas inclinadas hacia arriba y hacia abajo, y con innumerables vericuetos inútiles. Bajo la arcada de la salida y una vez reacostumbrados los ojos a la nueva oscuridad, el viajero puede ver en la honda negrura de la noche, muy a lo lejos aun, las altas flamas de las hogueras. Porque en Matressia siempre hay hogueras en las noches.

Sucede que en esta ciudad hay ciclos continuos de carnavales y abstinencias. De lujuriosas fiestas paganas y dolorosos ayunos y suplicios. Escasos iniciados son los que saben el mecanismo que rige estos ciclos. Décadas de estudios y estadísticas llevaron al astrónomo del reino a sugerir que era un algoritmo basado en los solsticios y a la vez en algunas fases de la Luna, aquellas relacionadas con los equinoccios. Los aciertos de sus predicciones que en un principio fueron mas que aceptables, con los años fueron derivando hasta un caótico y burlón azar.

Pero sus habitantes no necesitan de oráculos ni de pronósticos ni de almanaques, para saber que les deparara la cercana noche, si una bacanal ilimitada o un doloroso tormento. En el atardecer, a mitad del crepúsculo, en un astil de la catedral se eleva una bruñida esfera de bronce o una tenue banderola de seda blanca. Es el aviso de noche de comparsas o de renuncias. Solo entonces se inician las desmesuradas fogatas. En carnaval los habitantes bailan y beben y fornican alrededor de los altos fuegos. En abstinencia y martirio, los mismos habitantes se sientan en apretados círculos concéntricos alrededor de las silenciosas hogueras y oran con ululantes lamentaciones o gritos estremecedores de pena o dolor.

Bibliografía plagiada:

Le città invisibile. Italo Calvino, Editorial Einaudi, 1972, Italia,

La ciudades invisibles, traducción de Aurora Bernárdez, Ediciones Minotauro, 1998, España.