viernes, 23 de julio de 2010

NOVA TERRA MINERALICA

El Norte Grande No Altiplanico, Arica no mas al sur de Chañaral, posee las particularidades de un país distinto, es como un archipiélago formado por las ciudades-islas que contiene. Lo define su extraña geografía de vastas y calcinadas pampas, estrechas costas, acantilados formidables e inhóspitas cordilleras. Los paisajes y la cultura de la puna no le pertenecen, no son parte de esta línea de islas rodeadas de desierto y mar, Chañaral, Taltal, Antofagasta, Iquique, Arica, y de las otras que alguna vez fueron, Pisagua, Cobija, Coloso, habrán otras que olvido o desconozco.

Sus habitantes sienten el aislamiento, la intensa soledad del desierto mas seco del planeta, la infinitud del mar con sus roqueríos lunares y las áridas playas. Los hombres mismos que lo habitan son ajenos, recién llegados, hablan otros idiomas o un castellano con acentos diversos, provienen de lugares, países o continentes distintos. La mayoría esta solo de paso, lo saben y lo sienten. Incluso aquellos que sienten sus raíces más profundamente enterradas en estos desiertos nortinos, tienen su origen en algún abuelo que llego, embarcado o enganchado, hace no más de dos o tres generaciones. Descontando los escasos changos nómades que vivían de aguada en aguada, estos lugares hace unos pocos siglos estaba deshabitado.

Su historia es leve, con héroes de paso y batallas ajenas, entre los que venían del norte y los que venían del sur, sus ruinas prehistóricas son conchales de changos que aparecen o desaparecen según el ritmo de los vientos, y entierros de visitantes del altiplano.

La minería y la pesca son las únicas ocupaciones que directa o indirectamente sus habitantes han realizado. Es como si se hubiera colonizado un nuevo planeta, lejano, solitario, con un objetivo único, extraer sus peces y sus minerales para cambiarlos por alimentos que les permitan continuar extrayendo sus minerales y sus peces. Lo queramos o no, es un destino triste y efímero.

Cabe preguntarse entonces si estos hombres no debieron haber generado su propia filosofía, sus propios mitos, su arte y su historia. La nostalgia de los lugares de origen, las duras faenas de sacar riquezas de los cerros y cardúmenes del mar, la cercana historia de guerra y conflictos sociales, la soledad de tener al frente un desierto azul y atrás un desierto ocre, el saberse de paso como en un exilio, a veces dorado pero siempre exilio, deberían llevar inevitablemente a un idioma propio, distintivo, que asuma con orgullo su rareza y su identidad.

Un lenguaje con sus propias significancías, esa pampa no es la pampa de pastizales y ganado, esos ríos no son los ríos caudalosos del sur lluvioso, ese trópico no detenta un ámbito tropical de guacamayos o palmeras. Cada objeto de este paisaje es un objeto nuevo, distinto y único.

Aquí las flores son de papel y el verde de los cerros es cobre, pertenecen a una botánica distinta. Los guajaches, los jotes, las garumas, (el gorrión también viene llegando), algún zorro, los lagartos de la Chimba o los pocos guanacos de Paposo constituyen su zoología general. La entomología se restringe a la polilla y el hormigón. En este mar habitan unicornios. Solo un diccionario propio puede definir las palabras Apir, Oficina o Cachucho.

Falta entonces la descripción ordenada y sistemática de este universo, de esta Nova Terra Mineralica, con su geografía elemental, la imaginería de sus héroes, y su extraña historia natural. La ardua construcción de esta Enciclopedia Necesaria, sabemos, es ya territorio del arte.

Pero estas artes deben evitar el charro colorido de lo folclórico y lo anecdótico, evitar lo que ya escribieron los turistas momentáneos del sur, evitar los lugares comunes de la sociología trágica y recurrente que se heredo del salitre, el típico cuento del pirquen con su venero de oro perdido y la amable postal de los pescadores en el alba.

Sin pena ni miedo, hay que lograr que sus habitantes asuman sus auténticos y dispersos orígenes, sus grandezas y sus limitaciones, para que las futuras generaciones que la habiten, enfrentadas en su hora a su propia gloria o tragedia, reconozcan asombradas los motivos que justifican su presencia y sus mitos.

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